Biker movies para esos días de lluvia, resaca y demás sustancias. Para empezar un poco de historia, el 4 de julio de 1947, un escuadrón de alrededor de 4000 energúmenos motorizados, invadió la pequeña localidad californiana de Hollyster, convirtiéndola en un pandemonium digno de cualquier azote vikingo (cristales rotos, broncas, borracheras, agresiones sexuales y demás escupitajos al apacible modo de vida pueblerino) y causando, como es lógico, el terror generalizado entre los lugareños. Apenas dos semanas después, la revista Life incluía un completo reportaje a propósito del suceso en el que destacaba una espectacular foto a toda página de uno de aquellos bárbaros posando plácidamente encima de su máquina. con una montaña de botellas de cerveza vacías a sus pies.
Tan contundente documento calaría hondo en la opinión pública norteamericana, despertando un brusco interés por todo lo relacionado con la inadaptación juvenil y los grupos de gamberros organizados. La narrativa “pulp” se haría de inmediato eco de tal inquietud social, inaugurando una serie de noveluchas sobre la juventud descarriada algunos de cuyos títulos alcanzarían considerable proyección popular (“The Amboy Dukes” o “The Blackboard Jungle”). Hollywood, en cambio, tardaría unos años en intuir el filón, cosa que ocurriría en 1951, cuando el cineasta Stanley Kramer leyó un relato del escritor Frank Rooney directamente inspirado en el incidente de Hollyster.
Kramer percibió el potencial cinematográfico del tema. de modo que. junto al director Laszo Benedek y el guionista John Paxton, se puso manos a la obra para realizar la primera “biker movie” propiamente dicha: «¡Salvaje!« (“The Wild One” 1954). Antes de iniciarse el rodaje, junto al joven Marlon Brando, actor elegido para dar vida al motero protagonista. los autores vivirían tres semanas alternando con auténticos motoristas, impregnándose de su filosofía vital y recogiendo sus opiniones, Salvaje« cuenta la historia de Johnny, líder de los Black Rebels. grupo de motoristas que irrumpen en un tranquilo pueblecillo. El resto de la historia cae por su propio peso: problemas entre vecindario y motoristas, incomprensión, guerra de nervios y, en medio de todo, la imposible relación entre la dulce chica y el buen salvaje. Bien es cierto que, vista hoy, ”Salvaje” resulta escasamente violenta, sin embargo, para la época, aquello parecía hiperfuerte, tanto que los censores pusieron el grito en el cielo y la crítica tachó la película de “incitación a la anarquía y la violencia”. Columbia Pictures presionaría a Kramer para insertar sobre el plano final un puritano e hipócrita mensaje asegurando al público que todos aquellos indeseables eran finalmente capturados y condenados. Esta versión era exhibida en aquellos estados en los cuales la censura exigía que los crímenes de ficción fueran castigados (el film permanecería algún tiempo prohibido en países como Gran Bretaña. Donde sólo pudo estrenarse pasados 14 años). Otra imposición del estudio fue modificar el título original, “Hot Blood”, dejándolo en el más que reprobatorio “Salvaje”. A pesar de las predicciones alarmistas. el estreno de la película ni provocó una progresión geométrica de la delincuencia juvenil, ni siquiera una avalancha de cuadrillas motorizadas. Y es que, por encima del componente delictivo de toda la parafernalia “biker”, lo que más hondo caló en el público fue la eficaz interpretación de Melon Blando como ese tipo macizo, primario y más chulo que un ocho, con el punto exacto de rebeldía y nobleza como para lubricara las hembras y ganar imitadores entre los chavales. Su equipo de motero (chupa de cuero, vaqueros negros. botas tochas y patillazas) pasaría a erigirse en uniforme oficial para todo adolescente con intenciones “outsider”, así como en genuina seña de identidad para el ascendente y cada vez más numeroso grupúsculo rockero.
JD SOBRE RUEDAS
Durante los años siguientes una plaga de JD films (películas de delincuencia juvenil), casi todas de ínfimo presupuesto, arrasó Estados Unidos. Dentro de esta línea, las películas de motoristas formaban un apartado con características diferenciadas, con la película de Benedeck como clara precursora. Casi todas jugaban de forma torpe con una serie de estereotipos fácilmente identificables: el ‘biker’ descarriado pero de buen corazón, el rival malo-malísimo irrecuperable para la sociedad, la chica tetona y rubia que guía al prota por el buen camino, la camaradería entre amigotes que casi siempre adquiere tintes misóginos, la poética del ‘losa’, y el culto a la máquina, al cuero, la velocidad… Los argumentos eran reciclados una y otra vez de manera tan descarada como simpática. Por ejemplo. “Motorcycle Gang”, filme de la American Internacional Pictures de 1938, era prácticamente un ‘remake’ de “Dragstrip Girl”, película de la misma compañía del año anterior. Ambos films carecen de la más mínima estructura dramática, delatando en cada uno de sus planos la extrema escasez de presupuesto, sin embargo, destilan una inocencia tan burda y enternecedora que hacen difícil no contemplarlos, décadas después, con una cierta sonrisa de complicidad. Otro esquema que se repetiría de manera sistemática sería la derrota final de los ‘bad boys’ motorizados a manos del grupo de adolescentes decentes y formalitos de turno. Ese mismo año, “Dragstrip Riot” mostraba los tiras y aflojas entre dos hijos del asfalto (uno bueno, el otro malo) por conseguir a una chica (una tiernecita Connie Stevens). Todo ello salpicado de carreras, puñetazos, y la insólita presencia de Fay Wray, la mismísima novia de King Kong, en su última aparición fílmica.
A principios de los 60, los ‘JD Films’ parecían haber dado de sí casi todo lo que podían partiendo de tan exigüas fórmulas, al tiempo que la imaginería ‘biker’ se había convertido en un elemento tan habitual en la “Teen-explotation” como los kleenex en un rodaje porno. Al margen de los circuitos comerciales, algunos cineastas con vocación más underground-experimental se zambullirían en la estética cromada y customizada con títulos como “Scorpio Rising” (1963), del genial locaza Kenneth Anger, o “Blow job” (1964) y “Bike Boy” (1967), ambas de Andy Warhol. Títulos todos ellos que escarban en la subcultura del fetichismo homo ‘biker’ de sudor, metal y cuero, una temática a la que tampoco es ajena la menos radical “The Leather Boys” (1964), película británica de Sidney J. Furie.
Durante esa década otro que irá a su puto rollo será el heterodoxo Russ Meyer, que dejaría su cagadita “biker” con “Motorpsycho” (1965), en la cual, como en toda buena fantasía meyeriana, lo de menos eran las motos, ocupando estas el escaso pedazo de pantalla que dejaran libres los melones de su habitual ganado femenino.
Pero a lo que en realidad daría paso, el declive de la delincuencia juvenil cinematográfica, sería a un nuevo subgénero para consumo adolescente: las “beach movies”. -Ya rodábamos películas sobre surfistas californianos, un puñado de chicos y chicas amantes de la diversión sana. Sólo coca-colas, nada de cerveza. Nuestro público ya estaba aburrido de tanta JD, y dió la bienvenida al sexo limpio y divertido, afirmaba Bill Asher, director para la AIP de numerosas film playeros. Aun así, el look biker, ni mucho menos resultó borrado del celuloide, ya que sería utilizado en multitud de comedias playeras como contrapunto sucio y poco recomendable a tanto pimpollo bronceado.Harvey Lembeck interpretaría repetidas veces al macarra Eric Von Zipper, líder de “Las Ratas” pandilla motorista encargada de inflarles las bolas a los chavalines surfistas de la serie “Panty Beach” (integrada por films como “Bikini Beach” o “Beach Blanket Bingo”.).
Gracias al infierno, en 1966, una gigantesca ola barrería del mapa a tanto pipas en bañador y demás gente sana Zumosol (Frankie Avalon, Annette Funicello, Connie Francis… ), dejando el terreno libre para que el kamikaze Roger Corman entrara a saco en el “cycle cinema”, dando así lugar a la segunda edad dorada del subgénero.
LLEGAN LOS ANGELES
Inspirado, al igual que Kramer, por una fotografía de la revista Life que mostraba a una cuadrilla de auténticos Angeles del Infierno, con sus aparatosas ‘choppers’,asistiendo al solemne funeral de uno de sus miembros. Corman presentó un proyecto a la AIP para resucitar el género. En el estudio pergeñaron un tratamiento titulado “Angeles Caidos” que enfocaba la acción desde el punto de vista de una población atemorizada por una pandilla motorista, presentando a “los Angeles “como los malos de la película. Corman se opuso rotundamente a este tratamiento: “La perspectiva de los ciudadanos me traía sin cuidado. lo que yo quería era contar la historia de los Angeles. Ellos eran las figuras. No me interesaban los valores sempiternos, sino el mundo del marginado, del fuera de la ley”, así se expresaba Corman años más tarde. Los verdaderos Hell´s Angels habían acaparado la atención general en 1964. cuando unas adolescentes declararon haber sido raptadas y violadas por una banda de motoristas salvajes. La prensa tardó poco en calificar a los Angeles de amenaza nacional, a través de numerosos reportajes en diversas publicaciones respetables. El indescriptible Hunter Gonzo Thompson escribiría un libro sobre ellos (“Los Angeles Del Infierno”, Ed. Anagrama ), en el cual los describía como “un zoo humano sobre ruedas”, cosa comprensible dada la exuberancia estética, casi circense, que podía llegara alcanzar un Hell Angel mínimamente dispuesto: pendientes. plumas de indio, cascos prusianos, tatuajes, cadenas, cruces de hierro, esvásticas. calaveras, etc. Con semejante delirio visual a su alcance, Corman no podía dejar pasar la ocasión de convertirlo en pasto de explotación fílmica. Así nacería la “cycle movie” por excelencia: “Los Angeles Del Infierno” (“The Wild Angels”, 1966).
El monarca del rodaje supersónico se inclinó en ella, con su astucia habitual, por un estilo semidocumental, suficiente para desarrollar el leve argumento. Este recurso, como es lógico, iba encaminado a ahorrar el máximo número de tomas posible, lo cual acabaría cuajando en un film de extrema parquedad narrativa, estructura atropellada pero efectiva y diálogos espartanos (el guión original de Charles Griffith apenas constaba de…120 líneas). Otra triquiñuela de Corman para ahorrar plata fue recurrir a auténticos Hell’s Angels para así evitar los gastos en figurantes y especialistas. De ese modo, contactó con el Gran Otto, uno de los jerifakes “biker “y rival del más célebre de todos ellos, Sonny Barger, presidente de la poderosa Hermandad de Oakland. El austero director se comprometió con los Angeles (alrededor de 20) a pagarles a cada uno 35 dólares por día de trabajo, pero ellos exigieron 20 dólares más por cada moto y otras quince por cada chica (menos que por las máquinas), lo cual según los cálculos de Corman seguía resultando económico respecto a las cifras que hubieran cobrado unos especialistas.
Sin embargo, trabajar con ellos traería bastantes quebraderos de cabeza al director. Para empezar, durante los primeros días del rodaje serían robadas todas las motos destinadas a los actores, que permanecían guardadas en un camión. Lógicamente todas las sospechas recayeron en las chicos del Gran Otto. Por otra parte, las bajas temperaturas y el mal estado en que se hallaban sus vetustas Harleys, hacían que éstas no pararan de averiarse o atascarse en la arena, convirtiendo el rodaje en un festival de interrupciones. Además, durante las tres semanas de rodaje, la policía no pararía de husmear y de presentarse, a menudo, con órdenes de arresto para algunos de los pintorescos extras. Todos estos factores hicieron que las tensiones formaran parte habitual del orden del día.
Corman exigió también a todos sus intérpretes que fueran ellos mismos quienes montaran las “choppers”. Esto originaría la substitución de George Chakiris (“West Side Story”) por Peter Fonda, al ser incapaz aquel de aprender a defenderse sobre dos ruedas. Fonda insistiría entonces en modificar el nombre de su personaje (hasta entonces Jack Black) por Heavenly Blues( una planta alucinógena). Además de Fonda como líder de la camarilla, el reparto incluía a Bruce Dern, Nancy Sinatra, Michael J. Pollard y Diane Ladd. El argumento viene a ser, más o menos, el siguiente: Loser ( Bruce Dern) pierde su ‘chopper’ a manos de una banda mexicana rival: Heavenly Blues y compañía se dirigen en busca de la máquina de su compañero y cuando encuentran a los mexicanos estalla una tremenda pelea, que resulta interrumpida por la llegada de la policía: Loser es derribado por una bala e internado en un hospital, pero Los Angles saben que, de recuperarse, su amigo será encarcelado, de modo que le sacan de allí.
El herido muere y sus compañeros organizan un funeral que termina degenerando en un sacrílego desmadre de violencia y sexo… La reacción crítica a “The Wild Angels” resultaría de lo más dispar, creando una radical controversia. Pese a comentarios tan negativos como aquellos que la calificaban de “basura violenta sin sentido alguno”, el film se exhibiría en certámenes como Venecia y Cannes, recibiendo en Europa una calurosa acogida. En Estados Unidos se convertiría rápidamente en el film más taquillero de toda la historia de la AIP, siendo devorado con avidez por la juventud contracultural de aquellos años. Sin embargo, no todos los Hell’s Angels recibieron favorablemente el largometraje.
Al poco del estreno, Corman comenzó a recibir serias amenazas contra su integridad física, al tiempo que la confraternidad de San Bernardino, comandada por el Gran Otto, demandaba al austero cineasta por difamación, exigiendo 4 millones de dólares como indemnización por lo que ellos consideraban “un retrato falso e insultante de su modo de vida”. Corman no ahuecó.
TIEMPOS DE EXPLOTACIÓN
El inmenso taquillazo del film de Corman convulsionó el mundillo del bajo presupuesto, surgiendo, de repente, “Biker movies” hasta debajo de las piedras.
Curiosamente, mientras a escala social aquellos parecían ser años de pacifismo y amor libre, las cifras de taquilla demostraban que la juventud no le hacía ascos a una buena ración de violencia gratuita, sexo bruto y morbo sobre ruedas. Corman volvería a pringarse con grasa de moto produciendo “Devil’s Angels” (1967), otro guión de Charles Griffith cortado por el mismo patrón. Aunque la publicidad proclamaba barbaridades como; “La violencia es su único Dios” o “Van en jauría como perros rabiosos”, lo cierto es que la película, pese a ser casi un “remake” de “The Wild Angels”, mostraba una tribu bastante menos brutal que la de dicho film. John Cassavettes interpretaba a Code, el jefe del grupo Los Calaveras, que resulta ser un individuo algo más reflexivo y razonable de lo habitual en este tipo de cintas. Otro que se revolcaría a gusto en la explotación “biker” sería Joe Soloman, quién penetrada en el subgénero produciendo para la AIP “Hell’s Angels On Wheels” (1967), el debut sobre ruedas de Jack Nicholson. El director Richard Rush superaría en esta ocasión a Corman contratando nada menas que a 155 auténticos Angeles del Infierno, y no contento con eso, nombraría al gran cabezilla Sonny Barger asesor técnico del rodaje, lo cual agradó tanto a este que no sólo mantuvo a raya a todos sus chicos, sino que se ofreció a aparecer personalmente en pantalla.
El argumento giraba en torno a la iniciación como Hell Angel de un empleado de gasolinera llamado Poet Gack Nicholson, que se siente atraído por la libertad y el modo de vida de la pandilla. Sin embargo, se meterá en lios por encariñarse de la chica de Buddy (Adam Roarke, otro biker consumado), nada menos que el jefe de la banda.
Nicholson también protagoniza por aquellas fechas “The Rebel Rousers”, junto a los ya iniciados Bruce Dem y Diane Ladd, además de un jovencito Harry Dean Stanton. La cosa va de un arquitecto (Cameion Mitchell) cuya esposa preñada (Diane Ladd) es secuestrada por el inevitable grupete motorista, liderado por Dem. Casualmente Mitchell resulta ser un viejo compañero de colegio de Dem, de modo que éste se halla dispuesto a soltar a la chica. Por desgracia para ella, Nicholson ha ganado una carrera de motos en la cual el premio era precisamente la chavala, y exige su recompensa en carne…
El productor Martin B. Cohen calificaría años después “The Rebel Rousers” como “la cosa más espantosa que he hecho nunca”.
Pues eso. Otra “cycle movie” destacada de 1967 seria “Boro Lasers”. Dirigida por Tom Laughlin (con el seudónimo T.C. Frank) tiene cierta importancia por ser la película de presentación del personaje Billy Jack (interpretado por el propio Laughlin), un medio-indio que posteriormente protagonizaría una exitosa serie de largometrajes con los problemas raciales como tema central. Aquí el bueno de Billy Jack tiene que vérselas con una panda encabezada por Jeremy Slate (también habitual sobre dos ruedas) que aterroriza a su pueblo, además de pasarse por la piedra a una jovencita que se encuentra allí de vacaciones (Elizabeth Jones). Otro aliciente añadido radica en la inesperada presencia de la mamífera Jane Russell, ya en franca decadencia.
Dennis Hopper, por su parte, sería desvirgado sobre una bicilíndrica con “The Glory Stumpers”, interpretando a un viciosillo motorista que rapta féminas para hacer trata de blancas… después de haberse beneficiado la mercancía, claro.
De películas como “Cycle Savages”, “Hell’s Bloody Devils” o “Angels Hard As They Come”(producida por Johathan Demme), todas de 1970, poco se puede decir, excepto que superan ampliamente la barrera del ridículo.
De ese mismo año procede “Satan’s Sadist”, una producción de la casposa International Independent Pictures de Sam Shennan, con el todo terreno Russ Tamblyn a la cabeza del reparto, encamando a una especie de Charles Manson motorizado.
Un giro inevitable sobre el mismo tema fue el de la banda femenina sobre ruedas. En “The Mini-Skirt Mob” (1968), Diane McBain se une a una pandilla “biker” con el fin de aterrorizar a su ex-novio y la reciente esposa de éste.
La producción de la New World cormaniana “Bury Me An Angel”, escrita y dirigida por Barbara Peeters, presentaba a una chica unida a un Hell Angel tarado, a la caza del motero que se cargó a su hermanito. Por cierto, quien piense que debido a la autoría femenina de este film puede subyacer en él alguna intención mínimamente feminista. que se lo vaya quitando de la cabeza.
En este apartado merece especial atención la descacharrante “She-Devils On Wheels”, producida y dirigida por el indiscutible maestro “gore” Herschell Gordon Lewis, la película narra cómo un puñado de espermófilas chochonas se comportan como si de una desbocada manada de mantis religiosas se tratase, dejando seco a todo macho que se cruza con ellas para después arrastrarlo y pisotearlo con sus motarras.
Vietnam constituía también un tema demasiado apetitoso como para librarse de las zarpas de la explotación motorizada. En “Angels From Hell”(1969), un veterano del Vietnam vuelve de la escabechina para formar un ejército de forajidos en moto con el cual combatir a la autoridad.
En “The Hard Ride” (1971), otro veterano regresa a casa para enterrara un compañero muerto, cuyo último deseo fue tener un funeral “biker” Irónicamente, al final el protagonista también la diña, pudiendo disfrutar así de los mismos honores que su amiguito.
“Chrome And Hot Leather” (1971), por su parte, además de significar el debut cinematográfico de Marvin Gaye, narra cómo otro excombatiente recluta a sus viejos colegas boinas-verdes para machacara una pandilla que dejó a su chica hecha un guiñapo.
Ahora bien, ser un Hell Angel no significa ser ajeno al patriotismo. De hecho, entre las tribus moteras de la pantalla rara vez veremos máquinas europeas o japonesas. Y es que un “biker” como-dios-manda optará por la opción patriótica, es decir, la Harley Davidson. En palabras de un Hell Angel fílmico: “Uno de nosotros sobre una de esas mierdas japonesas, sería como John Wayne sobre un camello africano”.
Lo cual demuestra que hasta los neandertales son rapaces de sentir amor por su bandera. Ese fue precisamente el caso de un grupo de cenutrios que, durante la contienda vietnamita, se ofrecieron voluntarios para ira combatir a los amarillos sobre sus “choppers”, formando un grupo independiente de élite.
Este hecho verídico inspiraría a Joe Soloman, siempre con la antena puesta, para realizar “The Losers” (1972), delirante film en el cual cinco Angeles se internan en la selva camboyana (por cierto, montando no precisamente Harleys sino Yamahas) en una suicida misión secreta para la CIA, con objeto de liberar a un alto oficial norteamericano apresado por el enemigo. Por si la premisa no fuera suficientemente ridícula, la cosa se torna hilarante cuando, una vez hallado, el oficial se niega a regresar con ellos.
Otro tema recurrente durante los primeros 70 sería el de los enfrentamientos entre motoristas salvajes y hippies panolis. Las pacíficas comunas jipiosas sufrirían así el azote de indómitas bandas en films como “Angels Hard As They Come” (1972) o “The Peace Killers” (1971), si bien ambas tendencias contraculturales tendrían que unirse en ocasiones para defenderse de la incomprensión bienpensante y la hostilidad paleta, como en “Angel Unchainet” (1970).
Finalmente, las ondas pacifista y “biker” se fundirían, más o menos armónicamente, en la película sobre ruedas más célebre de la historia: “Easy Rider” (1969).
CARRETERA Y MANTA
Easy Rider, representaba claramente el principio del fin para la fórmula. Columbia Pictures (quién se hizo cargo del proyecto después de que Sam Arkoff de la AIP rehusara conceder la dirección del film al inexperto Dennis Hopper) intentó apartar lo más posible el proyecto del tópico “biker”, usando frases publicitarias de tono mucho más filosófico y pedorro de lo habitual en las “explotation movies”.
El resultado sería una de las películas más falsas y tontorronas de la historia; un film que, aún hoy, no puedo dejar de contemplar como el supremo acto de impostura coyuntural de una serie de egos demasiado pagados de sí mismos. Donde los ciertamente impresentables cineastas ‘explotation’ esgrimían una tan descarada como inofensiva cretinez saca cuartos, el tandem Fonda-Hopper hiede a pose contracultural, a misticismo barato que el tiempo no haría sino ridiculizar.
No niego algunos momentos de cierta intensidad lírica, algún personaje aprovechable (ese pragmático Jack Nicholson) y un indefinible aliento evocador de vacio onírico en determinadas secuencias; sin embargo, Peter Fonda me sigue pareciendo un patético microcefálico (dentro y fuera de la pantalla) y su presencia un auténtico lastre para la digestión del film. Su personaje (tan representativo de la verdadera contracultura como Emilio Aragón lo es del R&R) no baja de las nubes en toda la puta película, sin parar de farfullar imbéciles y utópicas ensoñaciones sobre el amor, la humanidad y la bondad. En cuanto a Hopper, no nos engañemos, por aquellas fechas aun no se había convertido en quien años después llegaría a ser. Aún así, si a “Easy Rider” se le quita toda la mierda jipiosa, queda una saludable fábula sobre el hedonismo y el desencanto más pragmático.
Un mensaje fundamentalmente materialista y desvergonzado, que la mayoría mema de entonces no llegó a percibir detrás de las flores artificiales del “millonario rebelde” Fonda. Tanto la crítica (“vaya peli más profunda”) como la taquilla (“que tíos más enrrollaos”) premiaron “Easy Rider” de forma unánime, convirtiendo este fraude en uno de esos largometrajes míticos a los cuales se le buscan las cosquillas interpretativas durante años. A la postre, trascendería como el título más respetable de nuestro querido subgénero rodante. En fin… a otra cosa.
GASOLINA
Durante los años crepusculares del género, los productores, viendo renquear los beneficios, intentarían cualquier majadería con tal de exprimirle unas últimas gotas de jugo comercial a la cosa. El género daría su respuesta en clave ‘sleaze’ a -Los Siete Magníficos- con “The Savage Seven” (1968), film en el que los indios americanos se convierten en “bikers” malvados, asolando un indefenso pueblucho.
El inefable Joe Soloman exploraría las relaciones entre los Angeles y la prensa en “Run Angel Run” (1969). En ella, un “biker” vende su historia en exclusiva a una revista sensacionalista por una pasta gansa, premisa nada descabellada (este mismo hecho había sucedido en la vida real) que acaba yéndose por las cerros de Ubeda. Sin embargo, la imaginación sin estribos de Soloman alcanzaría su delirante cumbre al producir dos años más tarde “Werewolves On WheeLs”, psicotrónica cinta sobre licántropos motoristas dirigida con los pies por Michael Levesque. Pero los coqueteos entre el terror y las motos no terminarían ahí sino que darían lugar a otra joya trash, “The Death Wheelers” (1973) del británico Don Sharp, film también conocido como “Psychomania”, donde una horda de zombies motorizadas salen de sus tumbas para volver a hacer el gamberro. Impresionante.
A partir de mediadas de los 70, el “cycle cinema” prácticamente desaparece como tal, aunque se puedan seguir detectando motoristas en películas como “Knightriders” (1981) de George A. Romero; “Cult None”, donde se funden la estética “biker” y la mitología artúrica en un curioso cóctel multigenérico; “City Limas” (1984), fantasía post-apocalíptica con bandas motorizadas; o “Timerider” (1985). en la cual un motero se ve transportado al año 1877. Todas ellas son películas surgidas como resultado de hibridar a lo bestia diversos subgéneros, entre ellos el que nos ocupa.
Mención aparte merece el excelente documental “Hell’s Angels Forever”(1983), interesante panorámica por la vida y costumbres de estos colectivos, compuesta por imágenes recopiladas durante más de diez años por sus tres directores: Richard Chase, Kevin Keating y Leon Grant.
Para finalizar, desembarcando ya en los 90, nos hemos topado con algún sonrojante pastiche de escasa gracia como “Dos Duros Sobre Ruedas” (Harley Davidson And The Marlboro Man,1991) o la bastante más ortodoxa aunque inocua “Los Guerreros Sobre Ruedas” (“The Last Ryder”) 1992), modesta revisitación de la mayoría de las constantes temáticas del ya casi olvidado subgénero manufacturada pensando directamente en el mercado videográfico (último reducto del bajo presupuesto, una vez noqueados los drive-ins y los circuitos de reestreno).
No obstante, el grano del cine trash continua supurando pus “BiKer” de la buena, con cuentagotas, en películas tan desarrapadas como “Yo Compre Una Moto Vampiro”, irreverente, basto y desmadrado homenaje al “cycle-horror”, con una psycho-moto poseida por el espíritu demoníaco como estrella mutiladora de la función.
Lo dicho, cualquier día de estos las “choppers” volverán a rugir, convulsionando de nuevo las entrañas de la serie Z, para regocijo de todos los que realmente babeamos con el cine pordiosero más pasado de rosca, y también de aquellos que siguen pensando, como Kerouac, eso de que “la carretera es la vida”.
Texto: Ruta66 , Biker movies. Cuatro décadas de cine motorizado – nº 80, pag 36, Enero-1993