La música surf es una gloriosa anomalía. Nace como un apéndice del género de grupos instrumentales que brotan a finales de los cincuenta pero termina estableciéndose —por la influencia de los Beach Boy y sus epígonos— como música de voces primorosas. Está íntimamente relacionada con un deporte pero concluye sintetizando todos los mejores elementos del estilo de vida de un sector juvenil especialmente afortunado. Tiene un origen regional (el Sur de California) pero ha fascinado a gentes de todos los lugares: la desapacible Inglaterra cuenta con una notable escuela de grupos vocales de inspiración surfista. Concluye abruptamente en 1965, acuchillada por la invasión de melenas británicas e intoxicada por los primeros aromas contraculturales, pero ha sido resucitada por punks (los Ramones) o rockers (Loquillo). Un caso para el inspector Clouseau. evidentemente.
EL REINO DE LA FENDER
Investiguemos. La explosión de los grupos instrumentales a partir de 1958 es un resultado de la decadencia del rock and roll. Para entonces. las formas más salvajes del rockabilly o el rhythm and blues han dejado de ser una novedad y están en franco retroceso al haber dominado la industria discográfica el secreto del lanzamiento de ídolos juveniles: generalmente, chicos guapitos, con sangre italiana y dispuestos a dejarse moldear por productores listillos que insisten en grabar rock melódico o baladas descaradas. La música juvenil que reemplaza al rock and roll se graba en Filadelfia, Nueva York o los Angeles. En la periferia quedan miles de grupos que tienen que enfrentarse a públicos bailones, que sienten la necesidad de renovarse pero que no quieren (o no pueden) poner a un figurín al frente. Así que deciden pasar de cantante, para no comprometerse con el pasado rudo o el presente blando, y optan por la fórmula de rock sin palabras. Existe otro motivo. La música instrumental de años anteriores —generalmente de intérpretes negros— está dominada por el piano, el saxo o el órgano. No son instrumentos fáciles o en el caso de los teclados, muy transportables. Y la guitarra eléctrica es, uh, más sexy y más moderna. Además, con el tiempo, los chicos han aprendido a conocer sus secretos y ya saben hacer ruiditos curiosos, que excitan la imaginación de los oyentes. Y así surgen Duanne Eddy, Link Wray, los Ventures, Johnny & The Hurricanes (no muy guitarreros, es cierto). Lonnie Mack. los Tune Rockers…
Y en California, un guitarrista llamado Dick Dale funciona al frente de los Del-tones. Ha sacado potentes discos cantados (sin fortuna). El tipo vive junto e la playa, practica el surf y tiene una idea loca: reproducir 55 sensaciones de ser jinete de las olas por medio de los instrumentos. Lo intenta con «Let’s go tripping», editado a finales del verano de 1961. Ya había precedentes de ese sonido («Stampede», de los Scarlets. en 1959) pero él moldea todos los elementos. tensión rítmica. sensación de aceleración, reverberación y tremolo en la guitarra, eco en el saxofón, Resulta!
Y LLEGAN LOS ANGELITOS CANTORES
Dick Dale & The Deltones arrasan. Entre las comunidades de surfers, se corre la voz: «hay un tio que hace música para NOSOTROS». Y surgen imitadoes por aquí y por allá, grupos instrumentales que aprenden (y mejoran) sus trucos. Habitualmente, una formación de dos guitarras. saxo, bajo y batería. Las guitarras, Fender Stratocaster o Fender Jaguar (la amplificación y la reverberación también llevan la marca de Leo Fender, que colabora con Dale).
Invaden las ondas nacionales los Marketts («Surte, stomp», «Balboa blue»), los Surfaris («Wipe out», «Surfer Jose»), los Chantays («Pipeline»), los Pyramids («Penetration»).
Son la cresta de la ola: en esos años, pequeños sellos californianos editan centenares de singles surfistas. Y les imitan grupos que no han pisado las playas californianas: los Ventures lanzan —con éxito— una versión surf de «Walk don’t run». Igual conversión a la nueva religión manifestar los Wailers (como los Ventures. de Seattle), los Astronauta (orgullo de Denver) o los Trashmen (Minneapolis).
Surfin’ fever. Entre las masas de surfers que acuden a levitar con Dick Dale en el Rendezvouz Ballroom (Balboa) están unos chicos ambiciosos, los hermanos Wilson. Ellos no tienen grandes habilidades como instrumentistas: adoran a los grupos vocales de los cincuenta y prefieren cantar.
Brian Wilson y Mike Love componen «Surfin’», una canción que no intenta reproducir la trepidación del surf ya que lo cuenta todo en la letra: «me levanté esta mañana, puse la radio/quería saber cómo andaban las olas pare ver si podía ir/y cuando el disc-jockey me dice que el surfin’ es perfecto/ya sé que mi chica y yo lo pasaremos bien/que iremos a surfear».
Los Beach Boys debutan en el sello Candis pero saltan pronto a la potente Capitol, donde arrebatan al personal con «Surfin’ safari», «Sur:fin’ USA» y «Surfer girl». Además. Brian trabaja con los prolíficos Gary Usher (productor-arreglador) y Roger Christian (disc-jockey de KFWB). También colabora con Jan (Berry) and Dean (Torrance) en glorias como «Surf city», a la que siguen «Honolulu Lulu», «Ride the wild surf» y «Sidewalk surfin.».
Ambos grupos —Jan & De., Beach Boys— tienen una historia rica, abandonan pronto la temática surf, sufren más de una tragedia y se merecen un espacio que no se les puede conceder en este momento. Quede constancia de su brillantez vocal, su ingenio para plasmar las aspiraciones de la cultura del surf y su profunda influencia.
Por ejemplo, en la pareja Bruce Johnston y Terry Melcher. El primero, terminaría uniéndose a los Beach Boys: el segundo, el hijo de Doris Day, produciría a los Byrds y Paul Revere & The Raiders y se salvaría —por casualidad—de ser masacrado por la banda de Charles Manson.
Antes de todo esto, animan a las tribus surfistas con abundantes discos editados como Bruce and Terry, los Hot Doggers, los Rip Chords o la Bruce Johnson Surfing Band. Muchas de sus grabaciones son covers muy profesionales pero también hacen embriagadoras odas a los vehículos de los surfistas («There win-dow cospe». «Hey little cobra», «Hot rod USA», «Custoom machine»). Luego discutiremos la propiedad de considerar esas piezas —«hot rod musica»—como música de surf («en esta playa hilamos fino, muñeco»).
PLAYA, PLAYA
Vamos a hacer ahora un poco de sociología barata. ¿Quienes eran aquellos surfers? A principios de los sesenta, California está en cabeza de Estados Unidos en renta per cápita y en las investigaciones sobre «la calidad de vida». Más próspero que el Japón, el estado es la verdadera Nueva Frontera y atrae a torrentes de emigrantes (300.000 cada año, según las estadísticas oficiales) de otras regiones o de México.
Gente que busca un estilo de vida relajado, soleado y bañado por el mar. Aparte de las condiciones geográficas y climatológicas, el california no puede disfrutar de buenas oportunidades de trabajo, formidables universidades y un clima social tolerante.
El Bruce Brown, fieles al espíritu del movimiento («Endless summer» es pura poesía audiovisual), llegan las películas playeras de serie B, producciones insípidas protagonizadas por surfers de pacotilla como Frankie Avalon, Annette Funicello, Boby Vinton, Fabian, Tab Hunter.
Todavía no ha debutado el Silver Surfer en los tebeos de la Marvel pero ya hay series televisivas («Hawaiian eye», «Surfside six») que explota el asunto. John Severson, responsable de «Surfer Maganzine», intenta poner orden. Para los puristas, el surf ya ha perecido cuando las estrellas del género dejan de tratar básicamente las glorias de las olas para dedicarse a cantar a motos, deportivos, camionetas y buggies que circulan por la arena.
Los vehículos son elementos indispensables del ambiente: la gasolina es barata y las ruedas proporcionan la necesaria movilidad para acercarse a fiestas y playas propicias. Pero ¡demonios! salen canciones sobre patinetes. ¡Patinetes! E insisten en marcar los limites entre «surf» y «hot rod music». Prefieren a Troy Donahue («Surfside six») frente al motorizado Kookie (Ed Byrnes) de «77 Sunset Strip».
Un grupo aún más intolerante niega incluso categoría de música surf a las canciones de Beach Boys y compañía: «hablan de surf pero NO tienen el sonido surf». Para ellos, el surf es instrumental, evocador, impresionista. «Ha degenerado todo». Cualquier artista hace surf (ver lista de notables que quisieron agarrar una tajada del asunto) y en las listas están unos cafres como los Trashmen —¡desde Minnesotal— con «Surfin bird» o los Tradewinds, una pareja de neoyorquinos —Vinni Poncia y Peter Andreoli— que explican en «New York is a lonely tomo» lo mal que lo pasan los surfistas en la Costa Este. Se quejan de que ha desaparecido el espíritu de hermandad, la sensación de comunidad, de secreto compartido. Ha acabado el verano y los tiburones rondan la playa.
LA OLA FINAL
¿Qué ocurre con las legiones del surf cuando envejecen? Dicen que muchos se suicidan cuando descubren que aquello tiene un fin.
No, exageración: la mayor parte, se deslizan hacia el Mundo Real de trabajos, hipotecas, divorcios. Otros pasan a la montaña rusa de la contracultura. Y queda una pequeña minoría, viviendo en las playas, masticando los recuerdos de los Buenos Viejos Tiempos y desgastando los surcos de sus LPs más queridos. Ellos mantienen la llama.
Desde luego, no se deja de practicar el surf pero ya no hay esa atmósfera de culto exclusivo. La música correspondiente languidece aunque los Beach Boys y Jan & Dean tienen periodos de reactivación y se benefician de la nostalgia por un tiempo más inocente y simple.
Las olas vuelven a subir a partir de la segunda mitad de los setenta. Como gente como Papa Doo Run Run, que Dorado hecho realidad. California del Sur abarca la parte suroeste del estado, desde la frontera mexicana hasta Santa Bárbara. Costa de belleza insultante, con unas montañas al fondo. Dicen que, cualquier día, las fuerzas telúricas se enfadarán, llegará un terremoto justiciero y todo aquello se hundirá en el Pacífico. Pero eso no preocupa excesivamente a los surfers que bailan con Dick Dale a los Beach Boys. Producto del «baby boom», la explosión demográfica que sigue a la Segunda Guerra Mundial, no han conocido en su vida más que prosperidad.
Lo de la guerra del Vietnam es una pelea entre tipos de ojos rasgados que no les afecta para nada. Beben Coca y Pepsi, conducen coches comprados por sus papás, pueden usar las piscinas de sus casas y asomarse por las ventanas para ver jardines de un verdor resplandeciente. Y los que no disfrutan de piscina o coche particular, confían en tenerlo «el año que viene».
Esta generación sana y lustrosa, rubia de sol y frasco, bien alimentada y educada bajos las ideas liberales del Dr. Spock entretiene su ocio con fiestas, visitas al auto-cine, unas emisoras que programa música excitante, televisión con muchos canales. De forma inevitable, gravitan hacia las playas. Allí, prende el surf, un deporte importado de Hawai. Los surfers son los reyes de la playa: tienen su jerga propia, disfrutan de música hecha especialmente para ellos, viven con la indolente esperanza de que las olas de mañana resultarán aún mejores y que podrán protagonizar nuevas hazañas de equilibrio y aguante que serán la comidilla en el próximo party.
Una corrección: el surf es MAS que un deporte. Aparte de una experiencia física, tiene algo de espiritual, de… místico. Vivir para cazar la Ola Perfecta. Dominar brevemente a las espumosas Fuerzas de la Naturaleza. Esperanza de Eterna Juventud, de gozo sin interferencia.
EL ESPEJISMO ROTO
Los surfers entran rápidamente en el mundo de las drogas. De hecho, la primera referencia al ácido en un disco de rock aparece en la cara B de un single de los Gamblers de 1961, un instrumental de sonido surf titulado (ahi es nada) «LSD-25».
Una substancia que todavía es legal y que empuja a muchas criaturas de la playa hacia la cultura psicodélica, en la que los juegos con las olas quedan como cosa de niños.
En 1964, estallan disturbios en la Universidad de Berkeley y los californianos jóvenes —bajo la mirada irritada del gobernador Reagan— se radicalizan. Los sonidos ingleses traen las modas de Carnaby Street y de repente, los vaqueros y las camisetas y los pantalones cortos resultan pasados, antiguos.
Un pecado mortal. Empiezan a florecer los primeros síntomas del jipismo. El surf se ha convertido en un gran negocio. Tras los documentales que acompañan a Jan & Dean en su reaparición y hacen surf comercial con profesionalidad. Con Jon & The Nightriders o Los Packards (desahogo Surfista del inquieto Chris Darrow).
Con Dennis Dragon, miembro de los Dragons de 1964, ayudante de los Beach Boys y fundador en 1977 de los temibles Surf Punks. Con el sello What? Records, que se inicia con el punk, reeditan, el LP de los Pyramids y graban a jóvenes bandas surfistas. Con la resurección de Dick Dale y Corky Carroll (campeón de competiciones playeras) proponiendo «A surfer for president» en 1980 y… todo es otra historia. Ahora, basta con cerrar los ojos y repasar en la moviola mental sueños imposibles. Surf’s up!
Texto por; Diego A. Manrique
Buenas! Muy buen artículo!
Una pena que este genero haya perdido fuerza a partir de finales de los 80.
Un abrazo
¿Podríais recomendar (si existe) algún grupo actual que siga haciendo este tipo de música?
Un saludo!